Ser padre-madre es una de las circunstancias que más y diversas emociones nos causa. Más allá de que los hijos sean o no planeados, sean o no deseados y sean o no aceptados.
El hecho es que en muy repetidas ocasiones nos preguntamos si estamos desempeñando de manera correcta nuestro papel de padres. Cuando nos convertimos en padres se nos acumulan en la cabeza un sin fin de preguntas respecto a lo que debemos hacer ante una situación o cómo reaccionar ante otras.
Este espacio definitivamente no nos aclarará todas las dudas que nos surgen, sin embargo, nos brindará pautas que podremos ir adecuando en nuestro día a día en nuestro interés por ser buenos padres. A través de cuentos y reflexiones será que podremos ir construyendo un criterio en cuanto a prácticas de crianza que nos acerquen a una mejor intervención ante nuestros hijos.
El abrazo del oso
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Abraza sin aprisionar |
Reflexión
Alberto era un hombre joven, cuyo hijo había nacido recientemente y era la primera vez que sentía la experiencia de ser papá.
Un buen día, le dieron ganas de entrar en contacto con la naturaleza, pues a partir del nacimiento de su bebé, todo lo veía hermoso. Aún el ruido de una hoja al caer le sonaba a lindas notas musicales.
Así fue como decidió ir a un bosque; quería escuchar el canto de los pájaros y disfrutar toda la belleza natural. Caminaba plácidamente, respirando la humedad que hay en esos lugares, de pronto vio posada en una rama a un águila que al instante lo sorprendió por la belleza de su plumaje.
El águila también había tenido la alegría de recibir a sus polluelos, y tenía como objetivo llegar hasta el río más cercano, capturar un pez y llevarlo a su nido como alimento; pues significaba una responsabilidad muy grande criar y formar a sus aguiluchos, enfrentar los retos que la vida impone al cumplir con la misión encomendada, era su único objetivo.
El águila, al notar la presencia de Alberto, lo miró fijamente y le preguntó:
- ¿A dónde te diriges, buen hombre?, veo en tus ojos una inmensa alegría. -
A lo que Alberto le respondió: - Es que ha nacido mi hijo y he venido al bosque a disfrutar, pero me siento un poco confundido. -
El águila insistió: - Oye, ¿Y qué piensas hacer con tu hijo? -
Alberto respondió: -Ah, pues ahora y desde ahora, siempre lo voy a proteger. Le daré de comer y jamás permitiré que pase frío. Yo me encargaré de que tenga todo lo que necesite. Día con día yo seré quien lo cubra de las inclemencias del tiempo; lo defenderé de los enemigos que pueda tener y nunca, óyelo bien, nunca dejaré que pase situaciones difíciles. No permitiré que mi hijo pase necesidades como yo las pasé, nunca dejaré que eso suceda, porque para eso estoy aquí: para que él nunca tenga que esforzarse por nada. -
Y para finalizar agregó: - Yo, como su padre, seré fuerte como un oso. Y con la potencia de mis brazos lo rodearé, lo abrazaré y nunca dejaré que nada ni nadie lo perturbe.
El águila no salía de su asombro, atónita lo escuchaba y no daba crédito a lo que había oído. Entonces, respirando muy hondo y sacudiendo su enorme plumaje, lo miró fijamente y le dijo: - Escúchame bien, buen hombre: Cuando recibí el mandato de la naturaleza para empollar a mis hijos, también recibí el mandato de construir mi nido. Un nido confortable, seguro, a buen resguardo de los depredadores, pero también le he puesto unas ramas con muchas espinas ¿Y sabes por qué?, porque aun cuando estas espinas están cubiertas por plumas, algún día, cuando mis polluelos hayan emplumado y sean fuertes para volar, haré desaparecer todo este confort, y ellos ya no podrán habitar sobre las espinas, eso les obligará a construir su propio nido. Todo el valle será para ellos, siempre y cuando realicen su propio esfuerzo para conquistarlo, con todo y sus montañas, sus ríos llenos de peces y praderas llenas de conejos. -
- Si yo los abrazara como un oso, reprimiría sus aspiraciones y deseos de ser ellos mismos, destruiría irremisiblemente su individualidad y haría de ellos individuos indolentes, sin ánimo de luchar, ni alegría para vivir. Tarde que temprano lloraría mi error, pues ver a mis aguiluchos convertidos en ridículos representantes de su especie me llenaría de remordimiento y gran vergüenza, pues tendría que cosechar la impertinencia de mis actos, viendo a mi descendencia imposibilitada para tener sus propios triunfos, fracasos y errores, porque yo quise resolver todos sus problemas. -
- Yo, amigo mío - dijo el águila - podría jurarte que después de Dios he de amar a mis hijos por sobre todas las cosas, pero también he de prometer que nunca seré su cómplice en la superficialidad de su inmadurez. He de entender su juventud, pero no participaré de sus excesos. Me he de esmerar en conocer sus cualidades, pero también sus defectos, y nunca permitiré que abusen de mí en aras de este amor que les profeso. -
El águila calló y Alberto no supo qué decir. Pues seguía confundido y, mientras entraba en una profunda reflexión, ésta con gran majestuosidad, levantó el vuelo y se perdió en el horizonte.
Alberto empezó a caminar mientras miraba fijamente el follaje seco, disperso en suelo. Sólo pensaba en lo equivocado que estaba y el terrible error que iba a cometer al darle a su hijo un abrazo como el de un oso.
Alberto, reconfortado, siguió caminando. Sólo pensaba en llegar a casa y con amor abrazar a su bebé. Pensando que abrazarlo solo sería por segundos, ya que el pequeño empezaba a tener la necesidad de su propia libertad para mover piernas y brazos, sin que ningún oso protector se lo impidiera.
A partir de ese día Alberto empezó a prepararse para ser ¡El mejor de los padres!
¡Busquemos, con sabiduría, ser los mejores padres!
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